25/9/07

El corazón de la adoración.

Algo que disfruto y me divierte, desde que tengo uso de razón y hasta el día de hoy, son los video juegos; creo que uno de los primeros que jugué fue el afamado Super Mario Bros, en una versión para nada tridimensional, con 3 o 4 colores desparramados disimuladamente por toda la pantalla (de esa forma parecían mas de 3 o 4 colores), con efectos de sonido no mas espectaculares que el ring tone de un Nokia 1100; y cuya mayor destreza y dificultad era… saltar. En fin, el tema es que en todo reto, u objetivo del juego (que no era mas que saltar y saltar, y de vez en cuando apuntar para caer sobre algún champignon con ojos o sobre una tortuga mutante -con cabeza de pato!!!- o bien dentro de una tubería), no me permitía la oportunidad de perder, ni entregarme; y durante las tres vidas que tenía con este muchacho Mario, no cabía en mi la posibilidad de rendirme. Hasta el día de hoy… sigue siendo así.
Esto se debe a una cuestión cultural de competitividad, que nos enseña que nunca debemos darnos por vencidos, y que nunca debemos rendirnos, esta palabra que suena tan fea y que nos evoca a imágenes desagradables como el de la derrota en una batalla, ceder frente a un oponente más fuerte, o simplemente darse por vencido en un juego; son situaciones tan inconcebibles como dolorosas, todo se trata de ganar.
Pero la entrega a Dios es el corazón de la adoración. Es la respuesta natural al asombroso amor y misericordia de Dios. Nos entregamos a el no por temor u obligación sino por amor, “porque él nos amó primero” (1 Juan 4:9-10,19).
La verdadera adoración – agradar a Dios- se da cuando nos entregamos completamente a Dios. Ofrecer mi vida el 100% a Dios, es la esencia de la adoración.
“Por lo tanto, mis amigos, mediante la inmensa misericordia de Dios hacia nosotros… ofrézcanse a Dios como sacrificio vivo, dedicados a su servicio y agradables a él. Esta es la verdadera adoración que deben ofrecer” (Romanos 12:1 PAR)

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