
Esto se debe a una cuestión cultural de competitividad, que nos enseña que nunca debemos darnos por vencidos, y que nunca debemos rendirnos, esta palabra que suena tan fea y que nos evoca a imágenes desagradables como el de la derrota en una batalla, ceder frente a un oponente más fuerte, o simplemente darse por vencido en un juego; son situaciones tan inconcebibles como dolorosas, todo se trata de ganar.
Pero la entrega a Dios es el corazón de la adoración. Es la respuesta natural al asombroso amor y misericordia de Dios. Nos entregamos a el no por temor u obligación sino por amor, “porque él nos amó primero” (1 Juan 4:9-10,19).
La verdadera adoración – agradar a Dios- se da cuando nos entregamos completamente a Dios. Ofrecer mi vida el 100% a Dios, es la esencia de la adoración.
“Por lo tanto, mis amigos, mediante la inmensa misericordia de Dios hacia nosotros… ofrézcanse a Dios como sacrificio vivo, dedicados a su servicio y agradables a él. Esta es la verdadera adoración que deben ofrecer” (Romanos 12:1 PAR)
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